Los seres humanos y los demás primates son los seres vivos que más sufren de trastornos físicos causados o agravados por el estrés. La culpa la tiene precisamente su alta inteligencia, cualidad que les distingue de la mayoría de los animales sociales. La solución pasa por reconocer este hecho y procurar ser feliz. Al ser más inteligentes, los primates resuelven en menos tiempos sus necesidades básicas y tienen más tiempo libre. En vez de estar siempre pendientes de factores que son vitales, como la alimentación o huir del enemigo, están sometidos en mucha mayor medida a factores estresantes derivados de sus relaciones sociales. El mecanismo del estrés es universal en los vertebrados y, por tanto, muy antiguo en la evolución. Ante una situación estresante, el organismo libera diversas hormonas, que aumentan inmediatamente el pulso y el nivel de energía. Son picos que preparan al animal para responder ante una situación de peligro y que no suponen riesgo para la salud. Lo malo es cuando esa misma reacción se hace crónica y se produce por razones psicosociales. «Se moviliza energía en los músculos de los muslos, aumenta la presión arterial y se apaga todo lo que no es esencial para la supervivencia como la digestión, el crecimiento y la reproducción».
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